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Publicado: 12/11/2023
Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Al fin y al cabo, él le tiene más respeto a la literatura que yo; por eso escribe más lento
Hace poco me pasaron cosas buenas. Gané el premio Ciudad de Getafe de Novela Negra y recibí el nombramiento y el trofeo (que no el dinero todavía; este mundo es así de lento y prosaico por dentro) en una gala en la que concedieron a Don Winslow el premio José Luis Sampedro por su trayectoria. Departí con él y con su agente, y con la gente de Harper Collins, la alcaldesa de Getafe, la gente de Edaf e incluso una representante de esa fortaleza literaria que es CEDRO. Luego fuimos a comer y hablamos de libros.

Me han entrevistado por el momento en medios locales y nacionales, ya hemos montado la primera presentación en mi tierra, vendrán más, y el año que viene estaré en la Feria del Libro de Madrid, que es como una especie de Meca en nuestro mundillo. Y mi hermano está currando en Madrid y se está perdiendo todo eso; o lo está viviendo como vivíamos muchas cosas en los años 90, a destiempo y grabadas de aquella manera. La vida es así y cada uno cumple sus obligaciones, pero hubiera sido un lujo que los acontecimientos se dieran de otro modo porque se merece estar viviéndolos conmigo.

Al fin y al cabo, él le tiene más respeto a la literatura que yo; por eso escribe más lento. Debe gestionar algún tipo de aviso en Internet para cuando salen reseñas de cosas mías, porque las ve antes que yo, siempre. Antes que mis editores, casi siempre también. Si no me acuerdo de en qué año gané tal premio o dónde tengo publicado este relato, se lo tengo que preguntar a él. A ver, no sé si os pasará a muchos, pero no somos dos hermanos que hablemos de nuestros sentimientos, así que hablamos mucho de libros, entre otros, de mis libros. Y de sus posibilidades. Y, si alguno triunfa, el triunfo también es suyo. Lo único que no le envío para que lea antes que nadie son estas columnas.

La visión del mundo es una cosa que no compartimos, y está bien; es el mejor modo en que alguien te puede avisar cuando te has arrojado a los brazos del maniqueísmo.

Estas cosas buenas que me están pasando son también suyas. ¿Sabéis ese anuncio o llamada que da sentido dramático a un hecho en una obra de ficción? Fue cuando lo llamé para decirle que había ganado el Ciudad de Getafe. Me duele imaginarlo al ver en el cuadrante del curro que no podría ir a la entrega del premio; si alguien ha insistido en saber si aquello sería grabado, lo tenéis delante. No digo esto solo por el vínculo fraternal, vital, sino porque él, aunque no rece en ninguna parte, forma parte de este mundillo, formaba parte de esa entrega y debería haber estado en aquel almuerzo. Pero si ha leído más novelas negras que yo.

Esta columna, de hecho, se publica en la que fue su casa durante doce años; no coincidimos en el tiempo, pero por poco habría sido él quien la hubiese recibido para maquetarla. Lo cual, también os digo, habría hecho que perdiese un poco de gracia.

No hace mucho escuché de boca de un colega que el mal se puede medir, se pueden contar los muertos, los atracos, las violaciones, pero que el bien es inconmensurable, porque es imposible medir las consecuencias de los actos que previenen el daño, que salvan vidas o que facilitan cosas. Nunca me había encontrado con ese uso para la palabra inconmensurable, ese uso sereno y preciso. En ese sentido afirmo que el apoyo que me brinda mi hermano no se puede medir y, por tanto, es inconmensurable. Así que no hay una parte medible de los éxitos de este oficio que le pueda conceder, como no se puede deshacer una sopa ya hecha. Por eso cada vez que firmo un contrato o levanto un premio, lo hago con él en mente y con dos manos, una más pálida que la otra, una más joven y la otra un poco más vieja. Es tuyo y es mío.


 

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