Nunca le he contado cómo es la vida en este manicomio. No me gusta hablar de mis asuntos, porque poquitas cosas razonables le puedo enseñar a usted. Por algo a mí me encerraron y a usted no. Sin que sirva de precedente, hoy le voy a comentar algunas pamplinas que han salido de esta desquiciada cabeza.
Anoche me puse en el borde de la cama a pensar y las células grises me daban un montón de vueltas en el coco. Y después de estar toda la noche en vela, llegué a la conclusión de que la vida aquí dentro es mucho peor que la que se lleva ahí fuera.
Aquí la gente está volada, para qué vamos a engañarnos. Cualquier loco hace cosas que no se puede usted imaginar. Aquí es muy difícil llegar a cualquier acuerdo, porque en cuanto das la media vuelta, te apuñalan la espalda y a otra cosa, mariposa. Fuera debe ser diferente. Por algo la gente corriente es cuerda y le pone a la existencia los cinco sentidos, sobre todo el sentido común. Aquí un loco te da su palabra y hace un pacto contigo y en cuanto pasa un cuarto de hora, lo rompe y se pone a silbar y a mirar para otro lado. Fuera de aquí eso debe ser impensable. Echo de menos la vida en la calle, en la que alguien te da su palabra y la respeta hasta la muerte. Si un día algún loco te da un abrazo, no te debes fiar. Seguramente ese día no ha tomado las pastillas y en cualquier momento te puede tirar una silla a la cabeza. Eso fuera debe ser imposible, porque, si alguien te da un abrazo y dice que es tu amigo, eso va al cielo. Además nadie te va a mover la silla para sentarse él, como pasa aquí. Estar en el manicomio tiene esas cosas raras. Por ejemplo, a mí no se me ocurre dejar mi cartera en la mesita de noche, porque pasa por allí el más tonto de la casa y se la lleva por la misma cara. Eso fuera no ocurre. La gente cuerda respeta el dinero ajeno y es incapaz de llevarse algo que no sea suyo. Aquí un tío dice un día que es Napoleón y al día siguiente jura que es Juana la loca. Fuera, la gente es fiel a sus ideales y muere por ellos, aunque las cosas le vayan mal. Incluso se puede afirmar que los cuerdos anteponen el bien de la ciudad al suyo propio. ¡Igualito que aquí! Por eso la vida en este manicomio se vuelve a veces insoportable. Aquí los locos son muy suyos y basta que le digas a uno que no haga tonterías, para que se pase la tarde dándote la coña. Fuera de aquí, la gente se guía por el consejo de los demás, porque tienen una fe ciega en la amistad. Aquí te estás ahogando y nadie te echa un cable, sino que al contrario te pisan los pulmones para que te ahogues cuanto antes. Fuera de aquí, la gente es noble y, si la necesitas en un apuro, sabes que tienes un puñado de cuerdos a tu entera disposición. ¡Cómo envidio la vida que llevan los cuerdos! Una vida respetable, respetuosa, honrada, luminosa, solidaria, plagada de buena gente…Aquí pasan los años y los locos van a peor. Son malos, rateros, insolidarios, rastreros, imprevisibles…Ya sé que no se debe generalizar, pero es que este manicomio no hay por donde cogerlo. En cambio, los ilustres ciudadanos de fuera se mueven a base de corazón y sin que el interés sea el norte de su quehacer diario. Aquí todo se mueve por el maldito interés y los locos compiten en decir más tonterías que nadie en un minuto. A partir de ahora me voy a portar bien para poder salir pronto de esta caverna y respirar el aire puro que respiran los cuerdos. Palabrita del Niño Jesús.