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El sur

El sur es una idea de lo nuestro, del individuo, no una idea global, no una idea que nos puedan quitar de la cabeza...

Publicado: 29/09/2022 ·
19:38
· Actualizado: 29/09/2022 · 19:38
  • Playa de El Palmar. -
Autor

Cristóbal Domínguez Durán

Dedica la mayor parte del tiempo a la lectura, la escritura y la docencia. En ese orden. Luego hace otras cosas

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Hablaremos aquí de temas variopintos. Nuestro viaje no tiene un rumbo claro

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El sur, como una larga, lenta demolición”, dejó escrito una vez José Ángel Valente, de manera anticipatoria, como hacen los grandes poetas. Él, que nació en Orense y vivió exiliado por Europa en diferentes ciudades y países, quiso pasar sus últimos años en la luz desértica de Almería. El sur, como una cartografía de la pobreza, de la falta de opciones, del servicio al norte, de las palabras atragantadas como la pulla de una mojarra. El sur, como el triunfo del descuido, del despeine, de la asamblea en los bares, de lo inútil.

Los lugares que guardan dentro la semilla inevitable de la destrucción desarrollan unas características muy especiales. El sur, su idea circulando inconscientemente en nosotros casi como un sueño, nos ha ido conformando tal y como somos ahora. En un mundo en el que lo material inunda todo hasta los rincones, en que todo es susceptible de ser cuantificado para su mercantilización, los últimos refugios en los que el concepto de inutilidad tiene su vigencia deben ser adorados como un altar. Es lo que son, el último reflejo de lo inmaterial, de una idea parecida a lo sagrado que pueda persistir aún. La importancia de un concepto que todavía encarne aquellas cosas que no son mercantilizables es una de las grandes bazas de lo bello ruinoso, de lo pobre, del lustre del alma, del sur.

Como siempre, la cosa está fatal: hay guerra en muchos sitios, los políticos mienten, la lluvia arrambla ciudades con la gota fría… Bastante tenemos con lo que nos pasa a nosotros, como para preocuparnos con lo que le pasa a un tío a cientos o miles de kilómetros. El mundo arreglado de la casa hacia fuera. Y para eso hace falta paciencia, lentitud, una cultura de las personas, de lo sereno. El sur es una idea de lo nuestro, del individuo, no una idea global, no una idea que nos puedan quitar de la cabeza, porque está en los gestos y se ha inscrito tanto en la Historia como en nosotros, en un nosotros que nos trasciende para volver de nuevo. El mundo se va a pique, pero también hay jureles y mejillones en la pescadería, el poniente atraviesa de lado a lado la casa y la calle está en silencio para leer en la ventana.

Pienso que realmente el sur no existe como lugar geográfico tal y como lo describimos en asociación con nuestra tierra, que en realidad el sur es una actitud que está presente en cada uno, predisponiéndonos al mundo con serenidad, con la paciencia del árbol ramificándose en la luz, con la discreción que merece el sentimiento de estar vivos. Pero los lugares en los que por fortuna o por desgracia sus habitantes desarrollan esta visión de la vida son la perspectiva más especial para observar el mundo colapsado. Salgo de casa y no me importa cuánto cobro, sé que a un gran porcentaje de los que me voy encontrando mientras las tareas diarias tampoco, excepto, claro, si sus necesidades más básicas están en riesgo.

Algunas veces me doy importancia y pienso en cosas que me vienen grandes, pero trato de agarrarme y digo que no, que yo lo que quiero es conseguir que la vida vaya escribiendo en mi cuerpo sus asuntos mientras lo pueda sostener, ojalá que larga y lentamente, como en una ruina del sur.

 

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