A diario, camino del Instituto, en el escaparate de la librería de la esquina siempre reclamaba mi atención un libro de portada sepia que lució en el expositor durante años. Su título se convirtió en un enigma en mi mente adolescente, hasta que por fin tuve entre mis manos aquel San Camilo 1936. Aquel título de nuestro Nobel, por entonces para mí un desconocido, marcaba a través del santoral una de esas fechas de las que consideramos de inflexión en el devenir de los acontecimientos.
Como en aquella obra de Cela, es muy posible que el día de San Enrique de este año haya marcado un antes y un después, en esta ocasión, para nuestra humilde historia tanto cercana como lejana, y como tal también tiene tres partes diferenciadas.
Vísperas. Los tempranos incendios de Benahavís, y anteriormente de Bermeja, la pertinaz sequía primaveral, los estragos de los deshielos en ese tercer polo que conforman los glaciares del norte de Pakistán, los récords de temperaturas máximas en la India, entre otros conforman el cuadro de unas vísperas que preludiaban el cambio de ciclo.
Festividad. La festividad aquí se transmutó en abatimiento cuando durante un sosegado estío el incendio de uno de los pulmones verdes de la aglomeración urbana de Málaga nos puso en evidencia cuantos beneficios perdemos directamente de la Naturaleza que descuidamos. Son tantos los silentes servicios que nos presta, que solo nos acordaremos de ellos cuando más los necesitemos.
Octavas. Esos ocho días solemnes que siguen a aquellas vísperas y festividad convertida en abatimiento son ya la evidencia de que hemos entrado en un periodo en el que muchas cosas han de cambiar desde nuestra forma de comportarnos hasta nuestra forma de vida. Las restricciones impuestas por una guerra tan cercana en sus consecuencias, las olas de calor cada vez más dilatadas y que se convierten en mortíferos aliados de la necesidad y la pobreza, el cinturón de incendios de quinta generación en el Sur de Europa que ya se advierte que será cada vez más frecuente, son evidencias de una nueva configuración ambiental de la que solo cabe adaptarnos.
Negar la evidencia es necedad, pero ver normal tantas manifestaciones anómalas es estupidez. Como escribía Cela en su San Camilo las personas temen la verdad pero no se refugian en la mentira sino en la farsa.