Fíate del facebook de tu cuñado

Publicado: 13/11/2021
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Mucha gente le sigue dando el mismo valor a lo que publica un medio que al facebook del cuñado, aunque el problema no es solo de los medios, sino de la sociedad
El recuerdo más antiguo que tengo de Matías Prats parece envuelto en un microcuento de Monterroso: la primera vez que vi un telediario ya estaba allí. Han pasado varias décadas desde entonces, lo que no es una invitación para hablar de su edad, sino de su capacidad para superar uno de los grandes retos de quienes triunfan en televisión: lo importante, como le pasa a cualquier estrella de la música, no es llegar, sino mantenerse, y hacerlo sin perder un ápice de su brillo. Matías Prats es a la televisión lo que Serrat, Van Morrison, Springsteen o McCartney al mundo de la música, imprescindible; un tipo digno de haberse ganado nuestra confianza y nuestro respeto por la credibilidad que rodea a su trabajo desde la pequeña pantalla.   

Cada vez que tengo que sentarme delante de una cámara para presentar un informativo tengo presente su estilo, su tonalidad, su gesticulación, la familiaridad con la que presenta las noticias, la distensión en la introducción de cuestiones más intrascendentes, como si todo ello formara parte de una clase magistral desde la que establecer tus propios parámetros; un modelo esencial, la verdad como autenticidad, que se diría en un manual de Filosofía.

Este viernes estuvo acompañándonos en San Fernando con motivo de las IV Jornadas Nacionales de Periodismo, donde recibió el I Premio Pepe Oneto, en reconocimiento a su trayectoria profesional. Y allí nos habló, efectivamente, de la búsqueda constante de la confianza y la credibilidad en su trabajo diario, del rigor, de la honestidad necesaria para relatar la información, desde la independencia y la libertad, con equilibrio y distancia con respecto a los acontecimientos, y bajo dos máximas, la de no mentir a quienes te observan, “porque eso no se perdona”, y la de ponerle a cuanto hace “mucha emoción”. Fin de la lección y ovación cerrada. 

Si hubiera sido una estrella del rock le habríamos pedido un “bis”, pero el asunto de fondo seguía siendo muy serio. Hablábamos de periodismo, y del ejercicio de la profesión en tiempos de pandemia, y eso supone ir más allá del prime time, de la relevancia pública de muchos periodistas y del aura o idealización a la que muchas veces suele reducirse este trabajo visto desde el exterior. Hablamos, como en el final de True detective, de la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, porque esto último es lo que nos rodeaba a todos al inicio de la pandemia, en lo más crudo del confinamiento, cuando ni siquiera teníamos acceso a los datos de contagios y muertes que se producían en cada ciudad, salvo los que conseguíamos a través de fuentes sanitarias desconcertadas y superadas por la gravedad de la situación, la falta de medios y la ausencia de respuestas.

Como recordarán, fuimos reconocidos como profesionales esenciales. Llevábamos siempre encima un salvoconducto para movernos con cierta libertad por la ciudad, y había quien nos envidiaba por eso, pero, como recordaba la periodista Lourdes Lucio, por la noche llegabas a casa con miedo ante la posibilidad de contagiar el virus a tus familiares. Lo importante es que esa “esencialidad” y esa libertad de movimientos, y pese a la imposición del plasma en ruedas de prensa, no quedó en mera dispensa, sino que fue aprovechada por los medios para realizar una contribución decisiva a la hora de mantener informada a la población y de profundizar, poco a poco, en aspectos desconocidos de la pandemia como parte de una labor en la que sobresalía el espíritu de servicio público.

Y eso no se ha reconocido lo suficiente. Decía Antón Losada en las Jornadas que por culpa de los propios medios, que no habían sabido “aprovechar la oportunidad” para reivindicarse y habían terminado por caer en la sobresaturación, el espectáculo y la tiranía del click, hasta el punto de que, después de todo lo vivido, y de la lucha contra las fake news, mucha gente le sigue dando el mismo valor a lo que publica un medio que al facebook del cuñado, aunque, en ese caso, el problema no es solo de los medios, sino de la sociedad, que, en palabras de Anabel Díez, debería exigir más calidad, “por el bien de la democracia”.

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