Cada mañana, poco después de las siete y media, camino hacia el tajo por las calles más angostas de la Sevilla capitalina. Se trata de una actividad de alto riesgo. Andar por San Esteban supone, en ocasiones, un ejercicio de funambulismo para evitar carritos de bebé sin que te atropelle un coche. Pasar por la Plaza Pilatos es un soplo de aire fresco antes de afrontar las aceras -por llamarle algo- de Águilas. Ahí llega la mínima expresión alternada con el urbanismo basado en un retranqueo desigual.
En todo ese trayecto, que desemboca en la idílica visión de la plaza del Salvador al amanecer, cada día, cada mañana me cruzo con una joven y desconocida adolescente. Robusta, apenas un metro sesenta y con edad de ser mi hija. Todos y cada uno de los días en los que nuestros trayectos se han cruzado no ha levantado la mirada de la pantalla de su teléfono móvil en ningún momento y ante ninguna circunstancia. Es capaz, como mujer, de hacer dos cosas al mismo tiempo. Pero ella va más allá, consigue mantener la atención en su dispositivo, además de sortear a quienes se encuentra de frente sin olvidar el tamaño de las aceras y el trasiego de vehículos en una zona que grita: ¡Quiero ser peatonal!
De ella me he acordado al leer el informe presentado por Unicef. Se trata del mayor estudio realizado en España y el ámbito europeo sobre el impacto de la tecnología en la infancia y la adolescencia. Concluye que nueve de cada diez jóvenes se conectan a diario o casi todos los días a internet, que el 10% ha recibido una propuesta sexual de un adulto en la red -espero que mi desconocida sea la excepción- y que casi la mitad de los encuestados reconocen recurrir a la pantalla para no sentirse solos. La estadística solemniza lo obvio. Certifica lo que vemos a diario no solo en las calles San Esteban y Águilas, sino en cualquier punto del espacio 5G. Los niños, que manejan los móviles con menos edad y escaso control de sus padres, acceden a contenidos violentos y pornográficos. No es de extrañar, por tanto, que cada vez tengan más alteraciones del sueño, más problemas de concentración, obesidad infantil y un largo etcétera que debería alertar a padres y administraciones.