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Hablillas

La violeta, el regalo del frío

La hablilla de hoy es un discreto buqué, estimado lector, por estos tres minutos de su tiempo a lo largo de novecientas semanas.

Publicado: 22/02/2021 ·
22:25
· Actualizado: 22/02/2021 · 22:25
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Hace unos días el casillero de una red social encerraba un comentario breve y cariñoso sobre el incipiente olor a primavera en La Isla. Estaba anocheciendo con esa calma silente y espesa que de una forma especial propaga la quietud de la marisma. Quizás vivamos en el único lugar del mundo donde ocurra este prodigio, donde este olor se libera con intensidad desde que la noche oscurece un atardecer enrojecido hasta cambiar de nombre, poco antes de iluminarse con la mañana. Es el olor isleño, suave, grato y hechizante. Surge en estos días previos a la primavera, el legado de los últimos chaparrones alocados y fugitivos del invierno.

En los días de paz postrera, las terrazas y las azoteas se van llenando de plantas silvestres. Crecen con rapidez, alimentándose de la humedad escondida en el verdín que une las losas. Estas plantas le dan ese aire de naturaleza fragmentada y casi mínima, una nota de color al deseo de la llegada del buen tiempo. Brotan estirándose, acariciando la pared o junto al tiesto más pesado, reclamando su derecho a vivir. Con bravura verdean y abren sus flores para seducir a los miles de insectos que las cortejan abejorreando, requebrándolas mientras acarrean el polen. Es curiosa la danza improvisada, las vueltas que se agrandan y se estrechan como queriendo distraerlas para robarles una caricia a los estambres. Son flores cuyo perfume es apenas perceptible por el ser humano. Sin embargo, hay otros verdaderamente irresistibles, intensos e increíbles como para dudar de su procedencia, para creerlos producidos por una flor tan pequeña y sin cultivo.

Coincidiendo con la Semana Santa brotan las campanitas blancas, siempre junto a los cactus. Se podría decir que son azucenas en estado primigenio, cuando florecieron espontáneamente en un entorno bucólico, cuyo olor intenso y apacible se aprecia durante el día, al contrario que las otras. Un poco más tarde, la rocalla se llenará de pompones rosas, los cardos borriqueros dejarán al aire sus hilos de color fucsia y así hasta que el calor las vaya secando. Sin embargo, hay una que asoma antes porque le gusta el frío. Elige el final de enero para surgir y este año las bajas temperaturas la han motivado a florecer con valentía para regalar el primer girón de belleza a la terraza. La violeta, cuya raíz escapó del pico de un gorrión, creció libre en una grieta y se mantuvo erguida un par de semanas. Con su inconfundible olor a caramelo, parecía otear el terreno desde su parapeto, sin dejar por ello de bailar con el viento y brillar con la lluvia cuando el invierno empezaba a distanciarse. Es el regalo del frío, sin duda.

La hablilla de hoy es un discreto buqué, estimado lector, por estos tres minutos de su tiempo a lo largo de novecientas semanas. Muchísimas gracias.

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