Escribió Eduardo Mendoza en La ciudad de los prodigios: “Toda la sociedad se asienta sobre estos cuatro pilares, pensó, la ignorancia, la desidia, la injusticia y la insensatez”. Los cuatro sirven para retratar nuestro presente. Tomen como ejemplo a Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, y, por ende, uno de los mayores expertos epidemiólogos del país. Antes del estado de alarma dijo lo siguiente: “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado. Esperamos que no haya transmisión local. Si la hay, será muy limitada y muy controlada”. A principios de este mismo año dijo sobre la nueva cepa británica: “El impacto de la variante, en caso de tener algún impacto, será marginal en nuestro país”. Esta misma semana ha dicho que “esperamos que sea una cepa dominante que puede llegar al 40-50% de ocupación de espacio aproximadamente a mediados del mes de marzo”.
No les voy a desvelar nada nuevo sobre Simón que no hayan descubierto ustedes mismos durante los últimos diez meses, pero, pasado el tiempo, resulta enternecedor recordar el empeño que pusieron a principios de marzo algunos políticos del PP en resaltar su profesionalidad para vincular su reconocimiento social con el hecho de que fue Mariano Rajoy quien lo nombró para el puesto. Y sí, el Fernando Simón que sale a diario en televisión es el mismo que nombró Rajoy antes de dejar una Presidencia que ha sabido relanzarlo como figura mediática y rentabilizarlo como escudo antibalas del ministro Illa y del propio Pedro Sánchez.
La desidia nos concierne a todos. Aparece definida en el diccionario como “falta de ganas, de interés o de cuidado al hacer una cosa”. Una próxima edición del Sopena ilustrado podría incorporar como ejemplo la foto de una de esas fiestas masificadas en las que aparecía la gente bailando y bebiendo sin usar mascarillas. La desidia como origen del incremento de contagios registrados desde finales de diciembre bajo el incentivo del “hay que salvar la navidad” y las confusas alusiones a los “allegados” y los aforos familiares. Pese a las evidencias, ya no hay políticos que se atrevan a apuntar con el dedo a los ciudadanos. Han entendido que es más rentable apuntarse entre ellos mismos por relajar o no incrementar las restricciones, mientras apelan a nuestra responsabilidad compartida, como si la solución final solo estuviese en nuestras manos, y no en la de ellos. Aquella singular anomalía de alcaldes de ciudades pequeñas invitando a sus convecinos al autoconfinamiento no es que la practiquen ya alcaldes de grandes ciudades, como Jerez o Cádiz, sino que parte incluso del consejero de Salud. En realidad, no se trata solo de combatir el virus, sino también la desidia.
En el terreno de las injusticias basta con recurrir a las cifras del INE. A finales de diciembre pasado nuestro país registraba un exceso de mortalidad de 77.688 decesos, una cifra muy por encima de la oficial de fallecidos por Covid durante 2020. Esta semana hemos conocido los datos de Jerez, donde se ha detectado una sobremortalidad de un 17% con respecto a la media de la última década: más de 300 fallecidos con respecto al año anterior, de los que sabemos que la mitad se corresponden con víctimas del coronavirus. No se trata de que las cifras no coincidan, sino de dejar sin respuestas a las familias de aquellas personas que han podido morir sin diagnosticar o porque el sistema sanitario no ha podido hacer frente a todo tipo de patologías.
La insensatez, por su parte, se desprende de la impenitente conducta del ministro de Sanidad frente a las peticiones de las comunidades autónomas, incluso las gobernadas por su propio partido. Ha dicho no al confinamiento porque el encierro puede agravar la salud de los ciudadanos, y no a adelantar el toque de queda para que no se concentren las actividades en menos tiempo. Uno trata de entenderlo, quiere entenderlo, pero resulta inevitable disociar sus respuestas de sus inminentes objetivos políticos, como si le preocuparan más sus pasos en falso que los que puedan dar los demás, o como si lo de ser sensato solo funcionara a título particular.