El primer recuerdo que tengo de la redacción del periódico en la calle Córdoba se parece al de una foto en blanco y negro, como las que veía revelar a Esteban y Manolo Girón en el pequeño cuarto de positivado, pero también por el mobiliario antiguo, los archivadores AZ, el desorden, el papel continuo saliendo de la máquina de teletipos y la escalera de caracol que conducía a las “catacumbas” de la rotativa. El segundo recuerdo es el de Ángel Revaliente, que ya por entonces pasaba examen a todo recién llegado como si en algún lugar prevaleciese escrito su necesaria autorización para la incorporación a la mesa de trabajo: al segundo día ya era como si lo conocieras de toda la vida, y al tercero lo considerabas casi como de tu familia; con el tiempo, tu confidente. Esta semana, tras más de cuatro largas décadas dedicado al mundo del periodismo, y más de un cuarto de siglo al frente de los deportes en Información Jerez y Viva Jerez, le ha llegado el momento de su jubilación.
Antes que nada, déjemne recordarles algo que ya sabrán: Ángel Revaliente Domínguez (Aredo) es uno de los grandes referentes del periodismo jerezano, gracias a una carrera jalonada de grandes exclusivas, en especial en torno al Xerez Deportivo, club del que relató centenares de crónicas futbolísticas -algunas de ellas inolvidables, como la del ascenso a Primera División-, pero al que también tuvo que defender con su firma del intrusismo pendenciero, con la verdad y su doliente y ardiente espíritu azulino por delante, soportando amenazas y encerronas de las que salió indemne, reforzado y respetado.
Pero déjenme recordarles también que, ante todo, es periodista, un gran periodista; ahora se dice, con cierta y merecida veneración, “de la vieja escuela”, como quien repasa una orla de ilustres de una generación irrepetible, pero, en suma, un profesional enorme que no ha dejado pasar la ocasión, incluso de reclamarla, para escribir de su amada Jerez, de su gente, de sus idiosincrasia, de su cultura, de sus cofradías, de su flamenco, de su pasado y de su presente, comprometido con los valores y las aspiraciones de una ciudad que lleva en lo más hondo de su corazón, presente en cada latido, como una seña de identidad más, imprescindible.
De hecho, este lunes, cuando se despedía de su audiencia televisiva, hizo un repaso magistral por su trayectoria profesional que lo era asimismo de la propia ciudad durante los últimos cincuenta años, a través de su gente, de sus instituciones, de sus entidades, de sus calles, de sus negocios, de una forma de vivir y hacer periodismo que ahora suena a prehistoria con la precipitación de los avances tecnológicos y las nuevas formas de producir y consumir la información, pero que rebosaba autenticidad y compromiso, dos cualidades que no enseñan en las facultades de Comunicación y a las que todos los que nos dedicamos a esta profesión aspiramos de alguna u otra forma. Más aún, sin que me quede claro si sabe quién es Ryszard Kapuscinski -aunque tenga nombre de extremo polaco-, coincide con él en una de sus frases célebres, la que conjuga lo de ser buen periodista con lo de ser buena persona.
Ángel, como escribía Rafael Sabatini en Scaramouche, también “nació con el don de la risa”. Es importante subrayarlo, sobre todo en el ámbito laboral de una redacción, donde escasean las buenas noticias, vivimos pendiente de un hilo y estamos en constante reinvención. Llevo años diciendo que las tertulias que entablamos antes de la reunión de redacción habría que grabarlas y emitirlas en televisión, pero no me hacen caso; se impone la autocensura, como en casi todo desde un tiempo a esta parte. No se confundan: no es que organicemos a diario un festival del humor; ni siquiera recuerdo a Revaliente contando un chiste. Tiene que ver con el alma de la propia redacción, con el sentido de pertenencia. Todo eso también se lo debemos a él. Por eso, cuando ahora alguien se acerca y nos dice: “Me he enterado que se jubila Ángel”, no queda otra que la del chiste: “No, usted lo habrá escuchado, los que nos vamos a enterar somos nosotros”.