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La tribuna de Viva Sevilla

Sevilla, ciudad olvidadiza

Juan Marvizón explica cómo Sevilla no ha tributado ningún reconocimiento a quienes la libraron de las inundaciones del Guadalquivir

Un día, cuando yo era muy chico, pasé al lado el Ayuntamiento de Sevilla y me llamó la atención una placa ovalada y oscura que estaba pegada a la fachada. Tuve que mirar para arriba para ver que ponía: “9,1 m. sobre el nivel del mar en Alicante”. Aquello, no digo que me sonara a chino, porque yo no había dado China todavía, eso se daba en el curso siguiente, pero me sonó raro. Y en cuanto llegué a casa me puse a buscar Alicante en un mapa de España que tenía y vi que era una ciudad que estaba al lado del mar pero muy lejos de Sevilla. Y me pregunté qué tendría que ver aquella ciudad con Sevilla, sobre todo porque si se trataba de algo relacionado con el mar yo conocía ya dos sitios mucho más cerca de Sevilla que eran Sanlúcar de Barrameda y Punta Umbría, porque me había llevado mi padre, y allí había mar, seguro.

Pero eso era todo lo que sabía sobre aguas y ríos y mares. Pero pocos días después ocurrió otra cosa más misteriosa todavía y fue que cuando iba al colegio, que estaba en la calle Jesús del Gran Poder, enfrente de los Jesuitas, al llegar a la Plaza de San Lorenzo no pude seguir porque la calle Conde de Barajas estaba llena de agua y había barcas y todo. Y había allí mucha gente que decía que el agua llegaba hasta la Alameda. Esta vez decidí preguntarle a mi padre y me dijo que “el agua venía del río por las alcantarillas”. Yo no sabía lo que eran las alcantarillas pero sí sabía dónde estaba el río y estaba en La Barqueta, porque mi madre me llevaba allí a jugar a la pelota con mis amigos.

Pero el río estaba muy abajo y la Plaza de San Lorenzo muy arriba y no podía creerme que el agua fuera para arriba. Pero no quise discutir con mi padre y esta vez decidí estrenar un bloc y apuntar esas cosas misteriosas que pasaban, para que no se me olvidaran. Y, sin saberlo, lo que hice fue estrenar mi cuaderno de bitácora en el que iría apuntando todas las cosas importantes que me irían ocurriendo en mi larga navegación por la vida. Y hoy tengo tantos blocs almacenados en el baúl de los recuerdos que ya no sé dónde ponerlos. Seguí creciendo, estudiando y aprendiendo y un día caí en la cuenta de que aquellas riadas que ocurrían un año sí y otro también, ya no ocurrían.

Y esta vez me asesoré bien y me dijeron que lo que había pasado es que unos hombres, que llamaban ingenieros, habían hecho unas obras y se había solucionado el problema. Pero no me conformé con una explicación tan escueta e investigué por mi cuenta. Hice bien, porque resultó que aquellas “obras” eran obras, sí, pero unas obras descomunales, según me parecieron en aquel momento. Primero habían cortado un trozo del río, el que pasa bajo los puentes, y le pusieron un tapón en Chapina y una esclusa mucho más abajo, para dejar pasar a los barcos. Y aquello ya no fue nunca más un río sino un estanque, porque el agua no fluía, ni subía de nivel ni bajaba pero embellecía un montón a la vieja Sevilla. Y con eso se ahorraron tener que corregir tantísimos libros que decían que el río Guadalquivir pasaba por Sevilla, que hubiera costado más de lo que costaron las obras.

Y al mismo tiempo se fueron contra el río natural, que era un cateto maleducado que subía de nivel cuando le daba la gana y subía mucho y lo ponía todo perdido y hacía mucho daño a la modesta hacienda de muchos sevillanos, y luego tardaba una eternidad en bajar. Se puede decir que lo expulsaron de Sevilla. Le hicieron un cauce nuevo, más allá de Triana y le dijeron “desde ahora ése es tu cauce y por ahí se va al mar. Y ya puedes hacer lo que quieras que a Sevilla le da igual”. Y yo, que por esos avatares de la vida luego pasé a formar parte de esa tropa anónima de ingenieros, cuando me paseaba por Sevilla  nunca encontré ni una sola referencia a aquella proeza técnica que tanto bien hizo a la ciudad. Ni una calle, ni una placa, ni un monumento. Nada. Y me daba pena ver que Sevilla, embebida en su belleza, era una ciudad olvidadiza.

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