Quien esto firma, ha salido de esta última propuesta de Darren Aronofsky con una sensación de k.o técnico, en el que le era imposible elaborar, y concretar en palabras articuladas, sus impresiones críticas sobre lo visto en la pantalla. No es la primera vez que le ha ocurrido. Y así lo asume, para que lo tengan en cuenta, porque estas no son ni unas reseñas, ni un blog al uso. Pero va a intentarlo.
Porque resulta evidente que el realizador norteamericano, de la cosecha del 69, “ha arrojado una granada a la cultura popular”, según declaró a Daniel Matthews en una entrevista, publicada en El Mundo, el pasado jueves. Y aunque suene algo melodramático y pretencioso, hay mucho de cierto en ello.
Y lo ha hecho en un totum revolutum, muy bien urdido, de metáforas, símbolos, géneros, alegorías y lecturas diversas y posibles, tan simbólicas y míticas como contemporáneas. Desde la Biblia hasta el existencialismo, el ecologismo y la contemporaneidad, valiéndose de una historia de terror en la que los monstruos, como decía Sartre del infierno, son los otros. Incluyendo en ellos, y muy principalmente, al protagonista masculino, un magnífico Javier Bardem.
Valiéndose de la historia de un matrimonio entre una joven sumisa y enamorada y un creador, veinte años mayor que ella, en crisis de inspiración, a cuya casa -a la que acaban de trasladarse, y ella está reformando- llegan una serie de extraños personajes, muy bien recibidos por el marido, que van tomando posesión del hogar, despreciando su intimidad, ante la impotencia de la esposa.
Porque también tiene una lectura antipatriarcal. También contiene una demoledora visión del patriarcado y del amor más grande que la vida -un mortal peligro para las mujeres según Simone de Beauvoir- a costa de, y encarnado en, el personaje femenino. Ella, estupenda Jennifer Lawrence -como lo están asimismo Michelle Pfeiffer, Ed Harris y Kristen Wiig, en una breve aparición- es el punto de vista de la película. A través de sus ojos, se construye el relato.
120 minutos de metraje. La escribe el propio Aronofsky, lo hizo en cinco días. Su espléndida y perturbadora fotografía la firma Matthew Libatique y su música, escasa, se hizo con diseño de sonido eliminando la partitura original de Jóhann Johansson.
Aterradora, excesiva, hipnótica, desmedida, cruel, irónica, cáustica, irreverente, cíclica, desconcertante, poderosa, inquietante, desmedida, intensa, sugerente… son calificativos posibles para referirse a ella. A quien esto firma, le ha parecido absorbente con todos sus defectos y desmanes.
Atrévanse con ella.