Encontrarlas aparece ahora como un elemento clave para conocer las circunstancias en las que el AF447 se precipitó contra el mar, por lo que se han puesto en esta tarea importantes medios materiales y humanos.
La labor no parece fácil. Se trata de encontrar la señal sonora que generan los emisores con los que están equipados las cajas negras y que no es muy superior al ruido que produce un pequeño martilleo contra el suelo, según reveló ayer el BEA.
Para localizarlo, dos remolcadores franceses han sido equipados con unos potentes hidrófonos prestados por el Pentágono que han sido suspendidos en cables de seis kilómetros de largo para acercarse lo más posible al fondo del mar y para evitar las distorsiones acústicas de la superficie.
A ellos se suman los radares del submarino nuclear francés Emeurade.
A partir de la localización de los restos encontrados y de la trayectoria que seguía el avión hasta que se perdió su rastro, los investigadores han establecido una “zona de máxima probabilidad” que tiene un radio de unos 80 kilómetros.
En ese área jalonada de angostas cordilleras submarinas, suponen los investigadores que se encuentran las dos cajas negras. No se sabe si están a una gran profundidad o si han caído en la cima de una de esas colinas que hay bajo el mar.