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La producción de delincuentes

Nuestro sistema social, por mucha convivencia democrática que se vocifere ha entrado en trance, desde el mismo momento en el que hacemos del imperio de la ley, papel mojado. La violencia, que se vende gratis a diario por todos los medios de masas, nos debilita como personas humanas.

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  • La ambición del dinero hace tiempo que se ha apoderado del corazón de muchas personas
  • Urge cimentar un escudo de protección mediante programas educativos firmes
Los apuros económicos no tienen porque aumentar la delincuencia. Sin embargo, las Fuerzas de Seguridad españolas parece que lo tienen claro y prevén un notable incremento de la criminalidad a partir del segundo semestre de este año, cuando las consecuencias sociales de la crisis económica sean todavía más patentes. Así, el 28 de septiembre del pasado año, el diario de ámbito nacional ABC, publicaba el siguiente titular: "Las Fuerzas de Seguridad alertan de que la crisis disparará los delitos contra la propiedad". Robos con intimidación y con fuerza, hurtos, fraudes y estafas es cierto que se incrementan, pero también porque hay una decadencia de la conciencia moral.
El aluvión de hechos violentos con los que convivimos a diario, a los que jamás debemos acostumbrarnos y a los que hemos de oponernos eficazmente, muestra su lado más perverso en el desprecio de la vida a la que amenaza de múltiples maneras. Nada le importan las personas, en parte porque la existencia se ha devaluado y la honestidad apenas se cotiza en los ambientes sociales. Estaría bueno que todos los que se quedan en paro o atraviesan dificultades a consecuencia de la galopante crisis económica, que por cierto apunta fuerte en este país, se hiciesen delincuentes. La delincuencia se enraíza en un cúmulo de motivos ciegos, que van desde una raíz perversa de venganza a un ajuste de cuentas, y suelen tener origen, más que en un aprieto económico, en una mutación de conciencia y valores, de familia y de pautas de conducta y comportamiento.
Nuestro sistema social, por mucha convivencia democrática que se vocifere ha entrado en trance, desde el mismo momento en el que hacemos del imperio de la ley, papel mojado. La violencia, que se vende gratis a diario por todos los medios de masas, nos debilita como personas humanas. Es la explosión de una energía mezquina, arcaica a más no poder, y que, sin embargo, produce delincuentes con una productividad temible, sobre todo sobre las personas más indefensas. Hay que declarar, sin titubeos, antisocial la violencia y cimentar un escudo de protección mediante programas educativos firmes y serios.
Resulta tan preocupante como la crisis económica el que cohabiten adolescentes atrapados en periferias urbanas degradadas, tentados más por la violencia y las redes de delincuencia, que por lugares donde puedan desarrollarse como personas en el respeto a los principios democráticos de convivencia. Falta en esos jóvenes, muchos de ellos sin familia que les cobije, acompañamiento social que sepa proponerles un ideal de vida atrayente y les ayude a afrontar con seriedad su propio deber en la sociedad. Está visto que una de las causas más importantes que empuja a la juventud a la experiencia de las adicciones es la falta de motivaciones claras y convincentes para vivir, el vacío de éticas, la convicción de que no valga la pena vivir, el sentido de soledad y de incomunicabilidad, la ausencia de humanidad y de justicia social, la falta de proposiciones auténticas y de políticas educacionales integradoras.
La ambición del dinero hace tiempo que se ha apoderado del corazón de muchas personas, la corrupción política es una muestra perversa de ello, puesto que su labor debiera ser ejemplarizante, en la medida que concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular. Escasean en la sociedad guías honestos, incorruptibles, y apestan los corruptos, que repuntan también la producción de delincuentes.
No se puede permanecer impasible y seguir ignorando las causas fundamentales que llevan especialmente a los jóvenes a perder la esperanza en las personas que les guían, en la vida misma y en el futuro, y caer en las tentaciones de la violencia, el odio y el deseo de venganza a toda costa. Se dice que somos el resultado de nuestro pasado y de nuestras vivencias, si tras el pasado hay un fracaso escolar y si nuestras vivencias se han desbordado de frustraciones, mientras el más respetado es el que más delincuencia aviva, aunque tenga que asumir el rol de delincuente, pero se siente el más admirado, si todos estos desajustes no los frenamos, vamos a seguir promoviendo legiones de bandoleros, de la casta de violadores, abusadores, criminales, asaltantes de lo ajeno y demás tipos, que no sólo han perdido el miedo a delinquir, sino que lo han tomado como oficio.
Está bien lanzar planes para el estímulo de la economía y el empleo, pero urge asimismo, un regenerador plan capaz de reconstruir, a escala de calle, de barrio o de país, el tejido social, dentro del cual el ser humano como tal pueda dar satisfacción a las exigencias justas de su personalidad. Hay que crear o fomentar centros de interés y de cultura a nivel de pueblos y barrios, en sus diversas formas de asociación, círculos recreativos y de ocio, lugares de reunión y tertulia, encuentros de diálogo comunitarios, donde, escapando al aislamiento de las multitudes modernas cada uno pueda ser considerado como persona. El egoísmo y el afán dominador son tentaciones especialmente activadas en la sociedad actual. Otra manera de producir delincuentes. Por desgracia, la dictadura del dinero y de la economía ha generado una visión nefasta de la existencia en la que aquello que no rinde no debe existir, sin importar los modos y maneras de conseguirlo. La producción de delincuentes queda, pues, bastante a salvo con esta consigna, de pisar alto aunque aplastes. Haya crisis o no lo haya.

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