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Sevilla

La ciudad del cardenal Marcelo Spínola

En el fiel entre dos siglos (XIX-XX) los historiadores no dudan en presentar a España como una nación dominada por la confusión y el abandono, un país hambriento, semianalfabeto, frustrado por el Desastre del 98 y las continuas luchas políticas partidarias de la segunda mitad del siglo XIX, que tení

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  • Plaza de San Francisco -

Por las sucias calles sevillanas de finales del siglo XIX, malolientes, adoquinadas algunas, mal empedradas la mayoría, para martirio de los viajeros de carruajes y de los vecinos; terrizas las más, polvorientas en verano y enfangadas en invierno, se entrecruzan en el ajetreo diario hombres y mujeres de todas las condiciones: pilluelos que “tiran piedras a los extranjeros y los ancianos”, obreros de las corcheras y fundiciones, peones del campo cercano con una peseta de jornal, touristes, simpáticas cigarreras, mujeres que van o vienen de los almacenes de aceitunas, de las fábricas de sombreros y de fósforos, los vendedores que pregonan sus mercancías...

Es una apretada síntesis de la Sevilla de sor Ángela de la Cruz, del padre Tarín, del arzobispo Spínola, de madre Teresa de Jesús... ¿Podrían imaginarse los sevillanos de entonces que aquellos nombres para ellos tan familiares, motivos de controversias para algunos y de admiración para otros, estarían años después entre los once procesos de beatificación que tenía pendientes la Diócesis de Sevilla en Roma en los años sesenta? Es presumible que no. Ninguno de los cuatro gozó de la plena alegría de saberse comprendido por sus contemporáneos; todos tuvieron su camino de espinas en la tierra... De Spínola, sin duda el más discutido públicamente, ha escrito Gil Delgado que “tuvo que gastar su vida en arrancar, destruir, edificar y plantar, y que por eso hubo de cosechar simultáneamente el aplauso, la desaprobación, el cariño, la queja...”. Don Marcelo de Sevilla, Madre de los pobres y el Padre Tarín (León de Cristo), han tenido en José María Javierre el biógrafo apasionado que estudiaría con excepcional cariño sus vidas ejemplares y las ofrecería a los sevillanos de hoy como testimonios para seguir a Cristo en su camino hacia la Cruz.

Spínola, que había regresado a Sevilla el 13 de febrero de 1896, como arzobispo, murió el 19 de enero de 1906, un mes después de habérsele concedido el cardenalato, tan tardíamente que el capelo se quedó para siempre en Roma. Madre Teresa le siguió dos años después, el 2 de junio de 1908, y el Padre Tarín el 12 de diciembre de 1910. Sor Ángela de la Cruz sobreviviría hasta el 2 de marzo de 1932, muriendo en su convento de la calle Alcázares. Sevilla, en un lustro, había perdido a dos santos, según la voz del pueblo.

En 1904, el año del jubileo de la definición del Dogma de la Inmaculada, Sevilla vivió una jornada fervorosa con la coronación canónica de la Virgen de los Reyes, imagen por la que, como siempre reafirmara José Sebastián y Bandarán, el pueblo sintió especial devoción desde los tiempos de la Reconquista, en 1248. Sin embargo, el Patronato Principal de la Virgen de los Reyes sobre Sevilla y su Archidiócesis Hispalense fue concedido en tiempos muy recientes, el 15 de agosto de 1946 por el Papa Pío XII. Con anterioridad, la devoción popular había adoptado como patronas de Sevilla a las Santas Justa y Rufina, vírgenes y mártires.

Entre los hechos coincidentes con el pontificado del arzobispo Spínola, hay dos que han tenido trascendencia en la vida sevillana y que aún hoy tienen especial significado. El primero en el tiempo, la muerte de la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón, en 1897, y la disposición testamentaria relativa al palacio de San Telmo, que Romero Gago recoge textualmente así: “...por la que, con regia munificencia, cedía la Señora su Palacio de San Telmo, para que en él, para que en él -subraya el autor-, se instalase digna y decorosamente el Seminario de la Archidiócesis, la nueva Universidad Pontificia…”  De manera que ese fue y no otro el deseo de la Infanta María Luisa.
La intangibilidad impuesta por el cardenal Spínola al uso del Palacio de San Telmo, fue quebrada por la Iglesia sevillana, con el visto bueno de Roma. San Telmo fue vendido por el Arzobispado a la Junta de Andalucía, no sin polémica, aunque con sordina y silencios significativos. En lo que respecta al “periódico católico”, ya en la década de los años sesenta cambió su título confesional, de la primera página al interior, como un primer paso para eliminarlo definitivamente. Poco después “El Correo de Andalucía” dejó de pertenecer a la Mitra.

El otro hecho histórico fue la fundación de “El Correo de Andalucía”, que salió por primera vez el día 1 de febrero de 1899, fruto del esfuerzo colectivo de un grupo de entusiastas de la idea de Don Marcelo: Roca y Ponsa, Tarín, Sánchez Arráiz, sor Ángela, Abín... El arzobispo fundador, el beato que va camino de la canonización, traza una consigna clara al nuevo director: “Ni un solo trabajo, ni una línea, ni una letra de la nueva publicación deje de encaminarse a la defensa de la verdad y la justicia. Antes de faltar a esas normas, que El Correo muera”.

En 1901 se suprime el tradicional recorrido de la carrera oficial que comenzaba a la salida de la Catedral y continuaba por las calles Placentines y Francos. En 1905, salen por primera vez y de manera continua las cofradías en Martes Santo. Un año después, el alcalde ordena que las cofradías vuelvan a pasar por las calles Placentines y Francos. En 1909 comenzaron los conflictos entre Hermandades y Corporación municipal por causa de las subvenciones oficiales...

Otros fastos cofrades de la década fueron la concordia aceptada por las Hermandades del Gran Poder y de la Macarena, a petición del arzobispo Spínola, por la que se estableció que la Hermandad de San Lorenzo saliera con anterioridad a la de San Gil, en la madrugada del Viernes Santo, según documento fechado el día 24 de marzo de 1903.

La vida política sevillana era fiel reflejo de la etapa confusa que vivía el país, falto de criterio de continuidad, que influía en el mal gobierno municipal. Entre 1900 y 1910 la ciudad conoce doce alcaldes, batiendo el récord del siglo, pues la década que más se le acerca (1931-1940) sólo llegó a diez. También durante 1900 se iguala la marca de 1931, con tres alcaldes en un solo año.

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