El toreo y el cante, nacidos de las entrañas del pueblo, se fundieron en una tarde de toros para recordar a Camarón de la Isla en el vigésimo aniversario de su muerte. No hay que olvidar que el cantaor isleño fue un gran aficionado y además toreó en varias ocasiones.
Andalucía, cuna del toreo y madre del cante, unió en los tendidos de La Isla a buenos aficionados al toro y por parte del flamenco, los cabales. Los toros y el flamenco son la expresión más genuina del pueblo andaluz.
El espectáculo fue discurriendo dentro de un tiempo, de un reloj que marcaba las distintas suertes. El sonido de la lidia se mezclaba con el quejío del cantaor. Se hizo presente el duende, ese misterio que llega al fondo del alma, una veces en el capote o la muleta de David Galván, puro cante, y otras en la voz de dos cantaores como Rancapino Hijo y Tarasco, acompañados a la guitarra por Luis Monje. La gente se lo pasó en grande, disfrutó y el tiempo- casi dos horas y media largas- pasó como un soplo.
La apuesta de David Galván no defraudó. A pesar de que lleva pocas corridas como matador de toros, sabe imprimir sabor, gracia y estilo a cuanto ejecuta con capote y muleta. Además demuestra una gran frialdad delante del toro, con seguridad y firmeza sabe calentar a los tendidos. Una cosa tiene clara, que hay una meta por alcanzar si se impone con constancia el camino de la perfección.
Con el capote estuvo variado. Lanceó abriendo el compás y otras a pie juntos. Su primer toro, algo incómodo, medía la embestida, logrando meterlo en la muleta. La estocada fue certera. Al segundo, estrecho de sienes y engatillado, le hizo un quite por chicuelinas muy ceñido. Si en su primero brindó al público, éste se lo brindó a su mozo de espadas. Inició la faena con estatuarios y pase de frente por detrás. Enganchó bien ligando por naturales. Tras un trasteo con soltura sobre ambos pitones, remató por manoletinas y matando con media tendida algo caída.
Con el quinto llegó la apoteosis de la tarde, volviendo a lucirse en verónicas, lentas y acompasadas. Tuvo el detalle de autorizar al veterano sobresaliente de espada, El Estudiante, a hacer su quite, y éste lo realizó con dignidad. Las bulerías se dejaron sentir y Galván enganchó pronto al bravo y noble toro, que curiosamente se llamaba Boquerón, para ser más bueno todavía.
Embestía con fijeza y mobilidad. Cuando estaba en lo mejor de la faena un espontáneo intentó saltar al ruedo siendo retenido por las cuadrillas. Siguió David toreando por la izquierda, en muletazos largos y hondos, unas tandas genuflexas, sacándose al toro por la espalda y unas clásicas poncinas que bien ha aprendido de su maestro Ponce, aumentó el delirio en los tendidos. Se confío y el toro lo encunó de manera dramática. Volvió a la cara del toro y terminó con manoletina. Al toro le cantaron en el arrastre y Galván paseó el rabo.
Con el último, que brindó a los empresarios Gustavo y Pedro Postigo, no mató bien y todo quedó en aplausos. El animal no tenía fijeza, además de soso y rebrincón. No le perdió la cara David y de nuevo estuvo muy firme. Mató de cuatro pinchazos.
El joven rejoneador Manuel Manzanares mejoró su actuación en su segundo, que hacía cuarto, acertado con los rejones de castigo y las banderillas, clavando de frente pares de banderillas y de las cortas, con pirueta incluida. Brilló en buenos momentos matando de pinchazo y rejonado. En su primero estuvo discreto con los rejones y en banderillas cuajó buenos pares. No acertó al matar descabellando pie a tierra.