Cádiz
Las víctimas de Hiroshima recuerdan el horror nuclear
La ciudad conmemora el 66 aniversario de la caída de la bomba.
La ciudad de Hiroshima conmemora este sábado el 66 aniversario de su día más negro a la sombra de otra tragedia, la de Fukushima, que ha reforzado las advertencias de aquellos que sobrevivieron al espanto de la bomba atómica y a “la amenaza invisible de la radiactividad”.
“Estas escenas las conozco bien”, pensó el 11 de marzo Keiko Ogura cuando vio por televisión los efectos del devastador tsunami en el noreste de Japón, con “explanadas en las que no quedaba nada, solo unos pocos edificios en pie”, explica esta mujer de 74 años. Las imágenes eran muy parecidas a las que ella vivió con 8 años, cuando el B-29 estadounidense Enola Gay lanzó sobre Hiroshima el primer ataque nuclear de la historia.
La bomba Little boy, que cayó a 2,4 kilómetros de la casa de Ogura, acabó con la vida de unas 120.000 personas de forma instantánea y de muchas más por las secuelas.
“Aquel día mi padre nos dijo que no fuéramos al colegio porque tenía una sensación extraña. Yo estaba al lado de la casa cuando vi un fogonazo blanco que me envolvió. Caí al suelo y perdí la consciencia; cuando abrí los ojos todo estaba muy oscuro y oía llorar a mi hermano pequeño”, relata. Al principio no se explicaban por qué un vecindario como el suyo había sido objetivo militar. “Más tarde comprendimos que nosotros no éramos el objetivo, sino toda la ciudad”, dice desde el Museo de la Paz de Hiroshima, con el discurso de quien está habituado a repetir su historia.
A diferencia de ella, no todos los supervivientes están dispuestos a contar sus experiencias: “Hubo muchos años en los que pareció que en Hiroshima y en todo el país había alergia a hablar de la radiactividad”, asegura esta hibakusha, como se conoce en Japón a las víctimas de la bomba atómica.
Ahora, 66 años después, las cosas han cambiado y Ogura insiste en que, pese al carácter retraído de la sociedad japonesa, es positivo que las víctimas de la radiactividad, también en Fukushima, hablen de ello para mantener viva la advertencia del peligro.
Las noticias sobre lo ocurrido en la central de Fukushima Daiichi, donde unas 80.000 personas tuvieron que ser evacuadas en un radio de 30 kilómetros por la radiactividad, le llegaron como “un shock”, señala.
Ogura afirma que durante décadas en Japón no hubo información sobre el riesgo de las centrales nucleares y que fueron visitantes extranjeros los que le detallaron a ella por primera vez los peligros que entrañaba la energía atómica.
En 1985 publicó su Manual de Hiroshima, un libro en el que explicaba las consecuencias de la radiactividad y profundizaba en la energía nuclear.
El libro de Ogura es uno de los muchos sobre cuestiones nucleares en la biblioteca del Museo de la Paz de Hiroshima. Frente al museo se encuentra el Parque Memorial de la Paz, centro de la ceremonia que este sábado recuerda ante representantes de unos 70 países a las víctimas del ataque nuclear, con la crisis de Fukushima y el reavivado debate sobre la energía atómica como telón de fondo.
“Estas escenas las conozco bien”, pensó el 11 de marzo Keiko Ogura cuando vio por televisión los efectos del devastador tsunami en el noreste de Japón, con “explanadas en las que no quedaba nada, solo unos pocos edificios en pie”, explica esta mujer de 74 años. Las imágenes eran muy parecidas a las que ella vivió con 8 años, cuando el B-29 estadounidense Enola Gay lanzó sobre Hiroshima el primer ataque nuclear de la historia.
La bomba Little boy, que cayó a 2,4 kilómetros de la casa de Ogura, acabó con la vida de unas 120.000 personas de forma instantánea y de muchas más por las secuelas.
“Aquel día mi padre nos dijo que no fuéramos al colegio porque tenía una sensación extraña. Yo estaba al lado de la casa cuando vi un fogonazo blanco que me envolvió. Caí al suelo y perdí la consciencia; cuando abrí los ojos todo estaba muy oscuro y oía llorar a mi hermano pequeño”, relata. Al principio no se explicaban por qué un vecindario como el suyo había sido objetivo militar. “Más tarde comprendimos que nosotros no éramos el objetivo, sino toda la ciudad”, dice desde el Museo de la Paz de Hiroshima, con el discurso de quien está habituado a repetir su historia.
A diferencia de ella, no todos los supervivientes están dispuestos a contar sus experiencias: “Hubo muchos años en los que pareció que en Hiroshima y en todo el país había alergia a hablar de la radiactividad”, asegura esta hibakusha, como se conoce en Japón a las víctimas de la bomba atómica.
Ahora, 66 años después, las cosas han cambiado y Ogura insiste en que, pese al carácter retraído de la sociedad japonesa, es positivo que las víctimas de la radiactividad, también en Fukushima, hablen de ello para mantener viva la advertencia del peligro.
Las noticias sobre lo ocurrido en la central de Fukushima Daiichi, donde unas 80.000 personas tuvieron que ser evacuadas en un radio de 30 kilómetros por la radiactividad, le llegaron como “un shock”, señala.
Ogura afirma que durante décadas en Japón no hubo información sobre el riesgo de las centrales nucleares y que fueron visitantes extranjeros los que le detallaron a ella por primera vez los peligros que entrañaba la energía atómica.
En 1985 publicó su Manual de Hiroshima, un libro en el que explicaba las consecuencias de la radiactividad y profundizaba en la energía nuclear.
El libro de Ogura es uno de los muchos sobre cuestiones nucleares en la biblioteca del Museo de la Paz de Hiroshima. Frente al museo se encuentra el Parque Memorial de la Paz, centro de la ceremonia que este sábado recuerda ante representantes de unos 70 países a las víctimas del ataque nuclear, con la crisis de Fukushima y el reavivado debate sobre la energía atómica como telón de fondo.
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