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Hablillas

La radio tiene ojos

Hace unos días Ela Fidalgo voló por el amanecer, por estos minutos en que la luz espejea el agua, agrisa los montes y anaranja el cielo

La hablilla vuelve a las ondas, al momento en que las dos voces de una entrevista empiezan a dibujar imágenes, a ver una escena que se encadena a otra hasta construir un recuerdo. Hay un programa cuyo título hace referencia a los ojos que ven para nosotros, por eso titula el texto de hoy. Se trata de un espacio en el que la mirada de Ana Morente acaricia los últimos minutos de la madrugada y los primeros de la mañana, envueltos en el sopor cálido del sueño al alejarse, mientras la calle despierta y las pestañas rascan la almohada.

Estos ojos radiofónicos ven más de lo que muestra un artista en una exposición o en su estudio. Durante treinta minutos el oyente participa de sus reflexiones, de sus miedos, de tantos sentimientos encontrados, en suma, que son los que hacen única su obra.

Hace unos días Ela Fidalgo voló por el amanecer, por estos minutos en que la luz espejea el agua, agrisa los montes y anaranja el cielo. Su voz, tan dulce como las telas de sus esculturas, fue mostrando su alma de mujer libre, sus inquietudes y su manera de sentir, de vivir la vida. Empezó en la moda para luego atender los reclamos de las artes. La costura y el bordado, labor ésta que la une a su abuela aunque ya no esté, le abrieron un camino por el que asciende desde que eligió la aguja y el hilo para coserse ella misma a las telas,mientras iba cosiendo los sentimientos de los demás. Es lo que la artista nos revela de su escultura Gordita.

Delante de ella nos envuelve el silencio brillante de la admiración por la imperfección del cuerpo, siempre bello aunque no lo veamos, y su tamaño nos facilita la inmersión en el proceso creativo idealizándolo, imaginando la elección de las telas, el chasquido de las tijeras al cortarlas, porqué los colores azules, las hebras de hilo cayendo al suelo, corriendo hasta enmarañarse, hilos que tienen el sudor de los dedos, que atraviesan el ojo de la aguja y el tejido sin hacerle daño, los comentarios escondiéndose en las costuras hasta que este monólogo interior cesa con la necesidad loca de abrazarla, quebrando ese silencio al apretar una escultura tan viva que devuelve cariño. Ojalá pudiera tocarse para dejar un segundo de nuestro calor en sus tramas. Nos contentamos con verla en la sala malagueña donde la artista la ha expuesto junto a sus lienzos. En ellos la inquietud son colores vivos que se mezclan con los tonos piel obteniendo ese punto de equilibrio y serenidad.

Hace unos días Ela Fidalgo nos dejó entrar en su mundo. Ana Morente nos llevó por él con sus ojos.

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