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España

Rectificando y corrigiendo

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No es fácil rectificar; pero no tengo ningún inconveniente en acusarme de error de apreciación, doy marcha atrás y me corrijo:

Dije hace dos o tres semanas que en aquella famosa reunión de los Grandes (los “G”) no tendría cabida España porque nadie iba a invitar a nuestro zascandil, después de las ofensas que había impartido a diestro y siniestro (más a siniestro que a diestro) en varios foros internacionales a tantos y tantos mandatarios de la élite de las naciones: ni siendo el G de los ocho, ni aunque lo hubieran ampliado a los veintiocho. Pues bien, confieso mi error. Al final, el glorioso Zapatero ha estado en ese “G” que tantos dolores de cabeza le levantaba.

Lo lamentable es la condición en que ha conseguido labrarse un puesto en esa famosa reunión: limosneando a Sarkozi que, apiadado, le hace un sitio a su vera. No será ya sillón, como correspondería a cualquier presidente que se sentase alrededor de esa mesa. Hubo de ser silla, un puestecillo de favor que pudo arreglarse con una apreturilla del sillón del francés, la colocación de la dicha silla y, un tanto comprimido, sin apenas sitio para poner las manos sobre la mesa (hubiera sido el colmo de la mala crianza mantenerlas bajo el tablero) veía colmada su ansiedad por acudir a tan ilustre foro.

Pero, ¡ah! Aún nos quedaba una humillación más por sufrir: el bueno del galo, apenado también por otros que no habían sido invitados y a los que no correspondía puesto en aquella asamblea, pide a nuestro ilustre que se apriete un poco más porque ha de compartir su puesto con otro u otros dos. Y Zapatitos ZP… ¿qué podía hacer? Se comprime y admite sin remedio a otros dos en el puesto que ya de prestado había recibido de Sarkozi. Ahora ya no caben sillas para tanto invitado de tapadillo, de los que van por la patilla. Han de conformarse los dos (o tres, no sé cuántos) con simples banquetas que ocupan menos espacio y pueden disimularse más.

Ya tenemos al insigne español ocupando un sitial en torno a tan importante reunión. ¿Entendió algo de lo que allí se habló? Estoy seguro de que no. No se entera de los sufrimientos por los que obliga a atravesar a España, a la que tan gloriosamente preside… ¿cómo habría de enterarse de lo que se tratara acerca de un asunto tan complicado como lo son las altas finanzas internacionales? ¿Le acompañaba el ritual séquito que menea por todas partes del mundo cuando sale? No lo sé, pero mucho me temo que no, porque donde las apreturas son tales que han de sentarse de prestado y en banqueta, no veo que pudiera atreverse a incluir a otros ilustres (del tamaño y prez de un Solbes, un Moratinos o cualesquiera de los que siempre le rodean en sus giras sin sabor) que, supongo, hubiesen tenido la desdicha de sentarse bajo la mesa.

No, señor Zapatero: usted no tiene derecho a someternos a tanto agravio y tanta deshonra a todos los españoles, que quedamos sumidos en el oprobio por mor de sus malas artes y peores artimañas. Como ya dije en la ocasión que ahora rectifico, si se nos niega un puesto que nos corresponda, usted no tiene otra salida airosa que la de levantar la cerviz y despreciar a quienes nos vilipendian. Hagamos aquí nuestras reuniones y dejemos que ellos se ufanen de las suyas. ¡Claro, que ¿a quien íbamos a invitar a esas? ¿A Bono, a Solbes, a Moratinos, a Carmen Chacón, la guerrera…?!

Definitivamente, desisto también de esta solución que sólo estaba pensada con la sana intención de ofender más al que nos humilla. Pero con esa sarta de cerebros, creo que habría sido de carcajada universal nuestro remedio.

No es que yo abogue por las soluciones que se tomasen en la asamblea, porque todos (y digo bien: TODOS) los allí reunidos son felones que no habrán hecho más que obedecer dictados de obligado cumplimiento de las altas finanzas, auténticos directores de concierto de naciones al que pretenden “globalizar”.

Otrosí: hubo de sentar sentencia más dura aún para España en su mendicidad del puesto: se dice que prometió a Sarkozi aquello de “pídeme lo que quieras”. ¿Quién es usted, Zapatero, para ofrecer tales promesas a gente de fuera, tradicionales enemigos de España, que sin duda han de recordárselas y exigir su cumplimiento? De hecho, ya se ha dicho que ha empezado el rosario de sus peticiones. Y en cuestiones que nos exponen a graves desmanes internacionales. Si al menos el bendito Desatinos (perdón: Moratinos… ¿en qué estaría yo pensando?) tuviese capacidad para decirle a su amo que no, que esas cosas no se pueden entregar, podría conseguir algo que, por otra parte, es harto usual en nuestro presidente: que desatendiese su promesa y la incumpliese. Nadie se extrañaría. Porque estamos tan acostumbrados a sus mentiras y a sus incumplimientos que a nadie cogería de sorpresa. Y, señores, Moratinos ya se ha mostrado incapaz en diversas adversidades de parar los pies del Zapatero prodigioso.

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