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El ?Rottweiler? de Dios se transforma en simpático anciano

Benedicto XVI se ha transformado en los cuatro días que ha durado su visita pastoral y de Estado al Reino Unido de Rottweiler de Dios, como le apodó en su época de cardenal la prensa en atención a su estricta ortodoxia, en un anciano venerable y simpático a ojos de muchos británicos, católicos o no.

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Benedicto XVI se ha transformado en los cuatro días que ha durado su visita pastoral y de Estado al Reino Unido de Rottweiler de Dios, como le apodó en su época de cardenal la prensa en atención a su estricta ortodoxia, en un anciano venerable y simpático a ojos de muchos británicos, católicos o no.

Desde el punto de vista del Vaticano, esta visita a estas tierras anglicanas puede considerarse todo un éxito porque ha servido para suavizar su imagen, que era la de un frío intelectual, y aproximarle a los ciudadanos gracias a unos actos perfectamente organizados y difundidos con clara simpatía por una prensa que antes se había hecho amplio eco de los abusos de curas pederastas.

Su paso por una residencia de ancianos de la Residencia de los Pobres, donde dijo que “la vida es un don de Dios” en un nada velado ataque a la eutanasia al tiempo que pareció demostrar una gran empatía con los asilados, o su visita a un colegios de niños, transmitida a todos los colegios católicos del Reino Unido, ha servido para mostrar su lado más humano.

Al mismo tiempo, su reunión en Londres con un pequeño grupo de víctimas británicas de curas pederastas, con quienes rezó y a las que dio seguridades de que la Iglesia está haciendo todo lo posible por colaborar con la autoridad civil en esos casos, ha servido para iniciar, según esperan muchos aunque sin convencer a otros, un proceso de cicatrización de las heridas.

Sus expresiones de “profundo dolor” a las víctimas de los abusos sexuales y su condena de los que calificó de “crímenes atroces que tantos sufrimientos han causado a esos menores”, pronunciadas ante miles de fieles en la catedral católica de Westminster han sido lo más destacado por todos los medios de este país.

Está también el profundo simbolismo del abrazo del Papa al arzobispo de Canterbury y primado anglicano, Rowan Williams, en el palacio de Lambeth, residencia de este último, como el de su presencia, el uno al lado del otro, en el altar de la abadía (protestante) de Westminster.

Parecía haber quedado olvidada de momento la irritación que produjo aquí la creación por el Vaticano de un ordinariato para acoger al sector más conservador de los anglicanos, disconformes con la ordenación de mujeres y de homosexuales o su elevación al obispado.

El mensaje más político de la visita fue el llamamiento del Papa Ratzinger a hacer frente a un “secularismo agresivo”, llamamiento muy bien acogido sin duda por parte de otros líderes religiosos, entre ellos musulmanes y judíos, que han criticado también en ocasiones la supuesta deriva laicista de la sociedad británica.

No parece que ese llamamiento a defender el papel de la religión en la sociedad civil disguste tampoco al actual Gobierno británico, que, al igual que antes los laboristas, han animado a los grupos religiosos a participar, así como otras instituciones, en la creación de escuelas que se financiarían con dinero público.

Pese a todo, en sus palabras de despedida en el aeropuerto de Birmingham, el primer ministro, David Cameron, se sintió obligado a dar seguridades al Papa diciéndole que “la fe ha sido y seguirá siendo siempre parte del tejido” de este país.

“Como ha dicho Su Santidad, la fe no es un problema que deban resolver los legisladores”.

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