El presidente de la Federación Brasileña, Ednaldo Rodrigues, lo dijo recientemente: “Carlo Ancelotti puede ser seleccionador de Brasil, gracias a Dios”. Ancelotti es un hombre más duro en el fondo que en la forma. Cuando ganó la Champions el pasado mayo con el Real Madrid, se hizo una foto, rodeado por los futbolistas brasileños de la plantilla, fumándose un puro, con unas gafas de gruesos cristales negros y cierto matiz chulesco en la mirada, imagen en la que oscilaba entre El Padrino y el teniente Colombo de la vieja serie televisiva. Se trata de un profesional del fútbol que persigue el consenso y no alza la voz, un gentleman de Reggiolo (Italia). Cuando Joshua Barnett, representante de Gareth Bale, llamó en 2014 a Florentino Pérez para exigir que Ancelotti hiciera jugar al galés en una posición distinta en el campo, el presidente preguntó finalmente a Carletto: “¿Qué vas a hacer?”. La respuesta fue: “Nada”. Bale siguió en el mismo sitio.
El Madrid, cuando llegó Florentino a la presidencia, se convirtió en el Wall Street del fútbol europeo. Florentino trajo la inflación al fútbol con la compra a precios insoportables de los Galácticos. Nada le capacita, pues, de quejarse ahora de los equipos-Estado (Manchester City, PSG). El Bernabéu fue desde siempre un estadio de aroma madriles y sabor a tortilla de patatas y anís del Mono, hasta que se contagió de la frialdad del palco. Ha escrito Jorge Valdano: “Hay ocasiones en el Bernabéu en que el silencio es tan incómodo que los jugadores corren en defensa propia para no ser alcanzados por la indiferencia”. El mandato de Florentino ha aportado varias Copas de Europa, pero ha desprovisto de alma a la institución.
Ancelotti, el único entrenador que ha ganado cuatro Champions y las cinco grandes ligas europeas, realizó en la 2021-22 una campaña decididamente heroica al frente del Real Madrid. Pero desde el club llevan semanas filtrando nombres para sucederlo en el banquillo. El de Álvaro Arbeloa es uno de ellos. Se trata de un heredero del ‘mouriñhismo’. José Mourinho es un técnico esencialmente preocupado por el poder, que cultiva la dureza: el tipo de entrenador que gusta a Florentino, quizás porque le devuelve la imagen que el presidente contempla en su propio espejo. Pero Ancelotti, a sus 65 años, aparece como dueño absoluto de su destino. Él elige y no Florentino, que fracasó en el fichaje de Mbappé y en la estrambótica ensoñación elitista de la Superliga. Brasil es el núcleo esencial y universal del fútbol, desde Pelé a Luiz Pereira. Y en Brasil aguardan a Carletto dando gracias a Dios. Que así sea.