Mucho había por hacer en aquella España de 1982 que todavía parecía a medias, y que si bien ya no era la del blanco y negro del franquismo todavía precisaría una década para brillar con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, y el votante de Felipe, Felipe González, seguramente lo sabía.
Ese votante, uno de los 10.127.392 que depositaron en la urna la papeleta del puño y la rosa aquel 28 de octubre de 1982 tenía suerte si estaba empleado, porque el paro alcanzaba el 16,6 por ciento, con 2.286.000 españoles sin trabajo, y más si era funcionario.
Estar "colocado" por el Estado daba la mayor seguridad que podía buscar una familia, aunque tampoco estaba mal si la colocación era en un banco, garantía de estabilidad y futuro.
Si además era mujer, le quedaba por delante un largo camino por recorrer en busca de la igualdad con los hombres, tanto laboral como social.
Podía ser alguna de las cerca de 20.000 españolas que se calcula que abortaron en el Reino Unido aquel año. Porque en España el aborto era todavía un delito en 1982.
Unas y otros, eso sí, se podían divorciar, desde un año antes, gracias a una reforma que levantó ampollas en un país donde el catolicismo convivía con agnósticos, ateos y otros creyentes.
El votante de Felipe habría visto la desastrosa participación de la selección española en el mundial de fútbol en un televisor en color -la competición organizada por España fue un gancho inmejorable para impulsar las ventas- y hasta podría haberlo grabado en un vídeo.
Podía ser un modelo VHS o Betamax, los dos formatos en pugna comercial que trataban de acaparar el mercado.
Posiblemente tuviera un llavero del Naranjito, la mascota de España'82, o una pegatina suya entre las muchas que salpicaban las carrocerías de los automóviles.
A lo mejor el suyo era un Ford Escort, el coche del año, que costaba, en su versión más básica, 746.000 pesetas "franco fábrica".
Con su radiocasete incorporado, claro, porque todavía faltaba tiempo para que llegaran los CDs y la reproducción en cinta magnetofónica era la opción más cómoda (los walkman portátiles triunfaban entre los más jóvenes) en convivencia con los vinilos.
La cinta podía comprarse en las gasolineras, para amenizar los largos trayectos a los que obligaba una red viaria todavía muy deficiente.
Había poco más de 2.000 kilómetros de autopistas entre los 151.000 kilómetros de carreteras y un parque automovilístico de casi 700.000 vehículos.
El fondo musical de los viajes podía así llenarse, por ejemplo, con rumbas de Los Chichos y Manolo Escobar, o también con chistes del humorista Arévalo. Los clásicos de la carretera.
Claro que la movida empujaba fuerte y el votante de Felipe no podía evitar escuchar un día sí y otro también a Alaska ("Bailando"), también Mecano ("Me colé en una fiesta") o al rockero granadino Miguel Ríos, cuyo espectáculo "Rock & Ríos" arrasaba. "Bienvenidos".
Igualmente Julio Iglesias ("No me vuelvo a enamorar") y a Bertín Osborne ("Abrázame"), a gusto con la edad y la sensibilidad de cada cual.
Todos ellos salían, cómo no, en "Aplauso", el programa musical por antonomasia de TVE, la única televisión de entonces, la pública, con dos cadenas, sus telediarios, su fútbol, el concurso "Un, dos, tres" y la calabaza Ruperta y hasta "La Clave", un programa nocturno de debate reservado para televidentes con inquietudes intelectuales.
Los contertulios fumaban sin parar ante la cámara, como todo el mundo en todas partes, porque fumar -negro o rubio- era tan natural como conversar en los bares, los de las partidas de cartas, olor a tabaco y café, palillos y servilletas por el suelo y barras de acero inoxidable. Felipe fumaba, por cierto, y le encantaban los habanos.
Seguramente ese votante había visto al joven González, con su chaqueta de pana, en esa única tele, o había escuchado su voz en la radio, un medio cuya fuerza persistía desde la "noche de los transistores" del 23-F de 1981, fuera la cadena SER, Radio Popular o Radio Nacional de España.
Era enorme la influencia social y política de los periódicos de papel, de tiradas millonarias, con aquella tinta que manchaba las manos, que abarrotaban los quioscos.
Junto a cabeceras regionales históricas como La Vanguardia, La Voz de Galicia, o El Correo Español-El Pueblo Vasco, en Madrid se esperaban con impaciencia las portadas del veterano ABC, del católico Ya y de los rotativos más jóvenes nacidos con la democracia y más del gusto de los votantes del PSOE, como El País o Diario 16.
Si el papel impreso era literario, ese votante socialista quizá leía "La historia interminable" de Michael Ende, "La guerra del fin del mundo", de Mario Vargas Llosa, o "Las Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar, los más vendidos por entonces.
¿El precio?, "Los gozos y las sombras", de Gonzalo Torrente Ballester, otro éxito gracias al impacto de la serie homónima de televisión, costaba unas 1.000 pesetas, que serían ahora seis euros.
Con ese dinero uno podía pagar la mitad de lo que costaron las entradas para escuchar a los Rolling Stones en el Vicente Calderón de Madrid, un concierto épico celebrado el 7 de julio bajo una imponente tormenta eléctrica que ninguno de los que llenaron el estadio olvidó jamás.
Por 200 pesetas (poco más de un euro) se podía ver en el cine a "E.T.", el simpático extraterrestre de Spielberg, a Silvester Stallone como Rambo en "Acorralado", a Richard Gere en "Oficial y Caballero", o a Harrison Ford haciendo de no replicante en la mítica "Blade Runner".
Algo más le costaría comprar una cazadora o un pantalón vaquero muy de moda entre los jóvenes, que si eran más rockeros se cubrían de cuero y cadenas y si imitaban las tendencias de la movida llevaban pelo largo y alborotado, gafas de sol incluso de noche y todo tipo de indumentaria gamberra, porque la cosa era ir cada uno a su aire.
En Madrid todavía había una estación de metro llamada "José Antonio", por el fundador de la Falange, y el votante de Felipe, para llegar hasta el hotel Palace a celebrar la histórica victoria del PSOE, habría tenido que pagar 25 pesetas por un billete de suburbano.
Para comentar con alguien lejano los resultados de las elecciones tendría que haber recurrido a su teléfono de casa, tal vez modelo "góndola", o a alguna cabina telefónica, aunque mejor no hablar mucho con el extranjero porque las "conferencias" eran prohibitivas.
Un trabajador ganaba anualmente 1.255.700 pesetas de media (7.546 euros), pero las mujeres empleadas recibían menos y muchas figuraban en las estadísticas como "sus labores" en el apartado de ocupación. Su ocupación era atender la familia y el hogar, y la de los hombres "traer dinero a casa", se decía.
Una encuesta del CIS de ese año revelaba que el 82 por ciento de los hombres admitía que no se hacía la cama y que el 89 por ciento nunca preparaba la comida ni la cena. Solo un 10 por ciento se ocupaba de esas tareas. Se encargaban ellas.
Mucho faltaba por hacer en el año en que nacieron Gabriel Rufián, Malú y Pere Aragonès, en el que ETA mató a 41 personas -casi una por semana-, en el que un avión de Spantax se estrelló en Málaga dejando 50 muertos y en el que una riada reventó la presa de Tous (Valencia) desparramando un reguero de muerte y tragedia.
Mucho para, como dijo Alfonso Guerra, cambiar el país tanto que no lo fuera a conocer "ni la madre que lo parió".
España
El votante de Felipe González en una España a medias
Ese votante, uno de los 10.127.392 que depositaron en la urna la papeleta del puño y la rosa aquel 28 de octubre de 1982 tenía suerte si estaba empleado
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