Pasaba obligatoriamente por allí todos los días, ya fuera de camino a la playa o, por la noche, de vuelta a casa. Los primeros montajes de las atracciones, que para nosotros siempre se han conocido como “los cacharritos”, ya conseguían sacarnos una sonrisa, que hacía las funciones de saludos de bienvenida a todos los encargados del montaje de la parafernalia de la feria. Y es que la presencia de esas personas solo significaba una cosa que, además, el pueblo entero esperaba como agua de mayo: el comienzo de nuestra Feria del Carmen.
El solar del Zapal pronto abandonaría su soledad durante unos días para convertirse en el lugar más concurrido de Barbate, animado por una mezcla de música, risas y sonidos estridentes.
La avenida también empezaba a transformarse en nuestra particular galería comercial donde las principales tiendas eran las casetas de turrón y las tómbolas, que venían atiborradas de sus productos estrella, que seguían siendo los mismos de todos los años (la chochona o el perrito piloto), pero, aun así, continuaban llenando de ilusión a niños y mayores, que se volvían locos de alegría cada vez que tenían la suerte de hacerse con alguno de esos muñecos.
Las estructuras metálicas iban creciendo de forma vertiginosa hasta llegar a convertirse en nuestros gigantes favoritos, que tenían curiosos nombres como la ola, la noria, los coches de choque o el inolvidable tren de los escobazos.
Después de tantos años sin faltar a esta mutua cita, en algunos casos era obligada la visita para saludar a los que ya se habían convertido en casi amigos. En mi caso, me acuerdo particularmente de la caseta de la ratita o la de las bolas de trapo con las que probábamos nuestra puntería derribando objetos.
Cada noche se podía escuchar infinidad de veces la canción de ese verano, que solía pertenecer a Geogie Dann, un cantante que tenía la portentosa habilidad de hacer bailar a miles de personas con letras basadas en aventuras totalmente disparatadas.
Acompañando a todos estos feriantes, también aparecía todos los años un invitado bastante caprichoso, ya que algunas veces venía todos los días de feria y en otras ocasiones su visita era más esporádica. Varios años después, ni siquiera el tan temido cambio climático ha conseguido que el puñetero levante siga queriendo ejercer de barbateño demostrando su fervorosa pasión para acompañar, cada 16 de julio, a nuestra Patrona en la celebración de su día.
En fin, que cada paraíso tiene su fruto prohibido y el nuestro se presenta con molestas y violentas rachas de viento que amenaza con arrasar todo lo que encuentra en su camino. Por eso, en Barbate se oye la misma frase un montón de veces cada verano, un año tras otro:
“A ver si el levante se va ya de una puñetera vez”.